Saturday, February 20, 2016

La tina de la casa de santa Mónica

La casa de santa Mónica era chiquita. Tenía forma de L. Las paredes exteriores tenían el patrón de colores típico de la zona: naranja y gris formando una cuadrícula de ladrillo y cemento. Detrás de unas cuantas calles se encontraban las vías del ferrocarril. Aunque no recuerdo haber escuchado o visto un tren pasar por allí.

La casa estuvo invadida por unos albañiles durante varios días. Estaban remodelando el baño y haciendo una tina de concreto bajo la regadera. Cuando al fin la terminaron yo estaba listo y ansioso por bañarme en la nueva tina. Me moría de ganas por pasar un buen rato con mis juguetes y el agua tibia.

Mi mamá abrió la llave del agua y esperó un momento. Pero después de varios minutos el agua en la tina apenas alcanzaba unos cuantos centímetros de altura. Desde luego no lo suficiente para sumergirme completamente en el agua. ¡Algo había salido mal! La tina era tan grande que se necesitaba una cantidad absurda de agua para llenarla. Sin embargo esa tarde me quedé en la tina jugando bajo la supervisión de mi madre y su soledad. No recuerdo haber usado esa tina en otra ocasión.

Tuesday, February 09, 2016

Lloré mi muerte

—¡Bua, bua!
 —¿Qué te pasa mijito? ¿Por qué lloras?
 —Es que. ¡Nos vamos a morir!
 —¿Por qué dices eso? ¿Qué pasó?
 —Es que todos nos vamos a morir tía. Tarde o temprano. ¡Bua, bua!

La certeza de que todos nos vamos a morir tarde o temprano, me cayó como un balde de agua helada. Me congeló el alma y me sumió de repente en una tristeza incontrolable.

No sé si mi tía Paty se acuerde de aquella tarde en su casa en Santa Mónica. No sé cuánto tiempo me costó recuperar la calma. Pero recuerdo claramente la tristeza que sentí aquel día. El día en que lloré mi propia muerte.