Friday, June 30, 2023

Escribir un cuento en vacaciones

Primero tómate una copa de vino rosado bien frío mientras disfrutas la vista del puerto, deja que tu suegra se encargue de la bebé, y tú dedícate a lo tuyo. Relájate. Que para eso volaste dos mil cuatrocientos kilómetros en un vuelo tempranísimo, durante el cual dormiste profundamente, con la boca abierta como un cadáver, despertándote una y otra vez con tus propios ronquidos. Después de un tiempo, al fin aterrizaste en una pequeña isla griega del mar Egeo septentrional. ¡Bienvenido a Eskíathos!

No es necesario que dejes de hacer lo que harías en unas vacaciones normales, si no estuvieras dedicado a la noble tarea de escribir un relato corto. Tú haz lo tuyo. Ya verás que el cuento se escribirá solito, sólo sigue estas instrucciones y observa todo a tu alrededor con atención. Por lo pronto ve al baño si lo necesitas y aprovecha para mirarte unos segundos en el espejo: ahí tienes ya a tu protagonista. ¿Ves qué fácil es?



No te dejes provocar por la mirada reprobatoria de tu esposa al verte sacar de la maleta los ocho pesados libros de cuentos que empacaste, hacen menos bulto que esos cinco pares de zapatos que carga ella a todos lados y nunca usa. Fue una buena idea traer tus libros, los vas a alcanzar a leer todos a pesar de tus obligaciones de padre, proveer y proteger —y cambiar pañales—. No hay mejor manera de escribir un cuento que leyendo muchos otros cuentos de autores diversos: desde Samanta Schweblin, pasando por Sergio Ramírez y Javier Marías —ese que pensaste que no te iba a gustar por sus frases kilométricas—, hasta llegar a Aléxandros Papadiamantis, originario de la isla.

Recuerda tomar algunas fotos de vez en cuando para documentar estas primeras vacaciones de tu hijita. De ahí podrás sacar más tarde algunos detalles que te servirán para ambientar tu historia. Esas fotos serán muy importantes. Terminarán expuestas en álbumes gruesos, en los estantes inferiores del librero de tu sala. Serán la materia prima de las memorias tempranas de tu hija, quien una tarde de domingo con lluvia, al estar hojeando los álbumes para espantar el aburrimiento, sorprendida por tu figura más o menos esbelta en esas fotos viejas, te dirá —nunca sabrás si a manera de insulto o de elogio—: «¡Qué joven estabas, papá!, y mamá también, ¡qué guapa se veía con ese vestido verde!».



Tómate una primera foto ahí, sentado en la taberna griega, junto a tu suegra feliz que carga a su nieta. Tú y tu esposa satisfechos, con cara de recién llegados, sus copas llenas de vino rosado bien frío. El vidrio de las copas transpirando, igual que tu nuca y tu espalda. Al fondo, un pedazo del barco pesquero de tu suegro, atracado en el lugar de siempre.

Observa cómo el escenario de tu cuento se va dibujando con elementos concretos tomados de tus fotografías. Por ejemplo, ese mar turquesa del fondo que se extiende hasta convertirse en un cielo abierto. Y ahí, cerca de la orilla derecha de la foto, las piedras lisas del risco que llaman Plakes, y el verde vivo de sus árboles torcidos.

Asegúrate de tener un buen corte de cabello antes de seguir tomando más fotos, no querrás pasar a la posteridad en las memorias familiares con esas greñas de pordiosero que a veces te dejas crecer.

Si es necesario —por tus greñas de pordiosero—, busca esa misma tarde una peluquería que prometa hacer un trabajo decente. Ahí tienes ya, sin haberlo pensado mucho, un objetivo para tu protagonista. Un motor para impulsar el relato hacia adelante: la búsqueda de un corte de cabello digno para tu personaje principal. Un padre de familia neófito, un señor, de treinta y cinco años —¡ya casi treinta y seis, Dios mío!—.



No vayas a la peluquería Varsakis, con el viejito ese que tiene un logotipo que parece que no lo ha cambiado desde los años ochentas. Tampoco te metas al spa de la calle principal, la Papadiamantis Street. Ahí en donde por diez euros te meten los pies en un tanque de vidrio, para que una desgraciada familia de pececitos te quite los callos a mordidas. No, señor. Por respeto a los peces y un rechazo rotundo hacia cualquier tipo de trabajo forzado, pásate de largo y métete al callejón en donde están las galerías de arte marítimo que tanto le gustan a tu esposa. Ahí, al fondo, encontrarás la barbería Wizard, con un logotipo moderno, precios aceptables,  y hasta aire acondicionado.

Si tu esposa lleva prisa, que se vaya ella primero a la casa de sus padres. El corte de pelo de caballero tarda de veinte a treinta minutos, quédate tú en la barbería Wizard y alcanza a tu familia más tarde para comer. Pero por nada del mundo se te ocurra tratar de explicar en griego —tu griego de diez años de Duolingo— cómo vas a querer tu corte. Digamos que tu nivel no alcanza todavía para una situación tan delicada. Por suerte la chica del Wizard habla inglés.

Explícale que lo quieres cortito, pero no tanto que se te vea la piel del cráneo y parezcas un cadete militar. ¿Un fade?, te preguntará en inglés con su amable acento griego. Dile que sí, pero que no se vea la piel del cráneo. Relájate. Que para eso estás aquí. Y disfruta del masaje que te dan las vibraciones de la maquinita al pasar una y otra vez por tu nuca. Intenta que no se te note el placer en la cara, no vaya a pensar la peluquera que eres uno de esos pervertidos a los que les excita que una jovencita les toque la cabeza —¿acaso acabas de usar la palabra jovencita?—.



Si te aburres puedes sacar un libro de tu mochila y ponerte a leer algún cuento. Si la peluquera te interrumpe para preguntarte algo, ponle mucha atención. Es importante que lo hagas. Que si la cero o la uno, te preguntará quizás mientras tú estás sumergido en las aguas profundas de tu libro, en medio de un pasaje divertidísimo de un cuento de Juan Villoro. Molesto por su interrupción, le dirás que sí, que la zero is ok.

No te detendrás a pensar en la importancia del significado de esos números. Volverás a lo tuyo corriendo como un chiquillo descalzo, pisando sólo con los talones, y te echarás de nuevo un clavado en tu lectura.

Disfruta el momento. Es tu momento. Toma una nota mental de lo bien que te sientes: el aire acondicionado, el masaje en la nuca, tu libro, la música de fondo…

Levanta tu mirada y echa un vistazo al espejo para ver cómo estás quedando.

¡Guarda la calma!

Que no se te note la ansiedad.

Si la peluquera te pregunta que por qué esa cara de espanto, dile que todo está bien. Sonríe.

¿De qué te serviría ya quejarte?, solo la angustiarías en balde. Déjala, llegado a este punto ya no hay nada más qué hacer. El pelo crecerá. Respira.

Déjala qué termine su «trabajo», y mientras tanto ve pensando en dónde conseguir un buen sombrero de paja. Hay que cubrir ese horrible corte de cabello de Daddy Yankee que te hizo la peluquera griega. Evita a toda costa el contacto visual con las jovencitas al caminar por la calle, ahora de seguro pensarán que eres uno más de ellos: libre, con la piel suave y la agenda holgada, sin pesados y estorbosos carritos de bebé, ni pañaleras, ni siestas obligadas a media mañana y después del medio día.

Ahora tu personaje deberá tomar una decisión: comprar ese sombrero de paja y volver a la casa de sus suegros o…

Ni lo pienses.

Mejor escribe la palabra «fin» con mayúsculas, centrada y en un párrafo aparte. Ahí tienes ya tu cuento.



AMÉN