Tuesday, February 14, 2023

Fue la gente fea

—A ver Isidro, concéntrate. ¿Dónde fue la última vez que los viste?
—Creo que fue en el camastro, hermana, junto a la piscina grande. Estoy seguro de que los traía puestos cuando bajamos a nadar, pero ya fui a buscarlos ahí y no los encontré.
—¡Qué lástima! Y aquí en tu mochila tampoco están. Ya la vacié dos veces y no encontré ningunos lentes de sol. Ve a preguntarle al de seguridad del hotel. Quizás alguien los encontró y se los entregó.
—De seguro me los robaron. ¡Pinche gente ratera!

Isidro González estaba en un hotel en la playa vacacionando con su hermana y sus dos sobrinos. Eligieron el mismo hotel de siempre, con un paquete de todo incluído porque era más cómodo con los niños. A Isidro le costaba trabajo levantarse temprano, pero ese día puso su despertador a las seis de la mañana para ir a reservar los mejores camastros, echándoles una toalla encima. Había que darse prisa, porque la gente era muy abusiva. Sabían bien cuáles lugares daban la mejor sombra y los ocupaban muy rápido, como hormigas. A Isidro le gustaba quedarse junto a la piscina grande. Ahí había menos gente, y sobre todo, menos niños. Por eso el agua estaba más limpia en esa piscina.

El recepionista del hotel le preguntó al encargado de los objetos perdidos si alguien había encontrado unos lentes de sol negros de la marca Ray-Ban. Colgó el teléfono y le dio las malas noticias a Isidro, levantando los hombros y apretando los labios, como un gesto de empatía. Isidro decepcionado, le dio las gracias y se fue al restaurante para levantarse los ánimos desayunando. Unos buenos chilaquiles y un café le ayudarían a olvidar el asunto de sus lentes.

—El tío Isidro está triste porque ayer se le perdieron sus lentes de sol.
—No se me perdieron, Susy, me los robaron.
—A ver. ¿Y cómo sabes que te los robaron?
—Pues simplemente porque no estaban donde yo los dejé.
—Qué bueno que nos dices, hermano, para estar atentos. ¿Ya oyeron niños? Para que tengan cuidado hoy con sus cosas. Andan robando en el hotel.

Después del desayuno se fueron todos a sus lugares junto a la piscina grande. Isidro sacó su botellita de líquido desinfectante y roció su camastro con precisión. Había que cuidarse en las áreas públicas. La gente dejaba ahí siempre embarrados sus gérmenes y sus virus. Luego tendió su toalla con cuidado, se recostó, y tomó su libro. Iba a comenzar la mañana leyendo. En eso vio pasar a un hombre que le pareció haber visto antes. Lo reconoció por sus bermudas rojas con rayas blancas. El hombre había estado en el otro lado de la piscina el día anterior, y ese día traía unos lentes de sol negros muy parecidos a los suyos. Isidro lo siguió con la mirada, tratando de disimular un poco, hasta que el hombre de las bermudas rojas se detuvo frente a una silla y se dio la vuelta. En sus lentes de sol negros se alcanzaba a leer la inscripción “Ray-Ban”. Isidro sintió cómo se le aceleraba el pulso. Había resultado muy sencillo encontrar al robalentes. 

¡Qué descaro!, ¡qué estupidez!, robar unos lentes y usarlos al día siguiente en el mismo lugar. No poderse ni siquiera esperar un día para usar sus lentes robados, como un niño impaciente. Isidro se paró y se acercó despacio al agresor. Le costaba trabajo controlar sus emociones, pero él no era un buscapleitos. Era más bien una persona amable y conciliadora, a pesar de lo que pudiera sugerir su cuerpo musculoso. Pensó que no valía la pena confrontar al idiota ese, así que se detuvo frente a él, y sin decir ninguna palabra le quitó los lentes. Se le quedó viendo a los ojos unos segundos, y se regresó en silencio a su lugar. El hombre de las bermudas rojas no reaccionó. Se quedó quieto ahí en su silla, en estado de shock, mirando el piso en silencio. Después de unos minutos se levantó y se fue.

—Hay mucha gente fea en el hotel este año. Ya no es lo mismo que antes. Desde que bajaron los precios viene otro tipo de gente —dijo Isidro a su hermana, orgulloso de su hazaña, mientras desinfectaba sus lentes rescatados.
—Qué suerte que recuperaste tus lentes, hermano. Y el ratero ese, ni siquiera dijo nada. Su silencio lo delata.

Isidro y su familia pasaron dos días más en el hotel, disfrutando el sol y el mar caribe. Nadie volvió a tocar el tema de los lentes robados, y ya no vieron más al señor de las bermudas rojas con rayas blancas. Quizás se habría cambiado a otro hotel, el muy cobarde.

—Aquí están las llaves de nuestro cuarto. Todo estuvo muy bien, como siempre. ¡Muchas gracias!
—Gracias a usted señor González. Fue un placer atenderle. Esperamos verlo pronto por aquí. Por cierto, aquí hay algo para usted. Lo encontró un compañero nuestro mientras hacía la limpieza de la piscina. Al parecer estos lentes de sol son suyos. Estaban en el fondo de la piscina dos.

Isidro le dio las gracias al recepcionista y guardó esos nuevos lentes con cuidado en su mochila. 
¡Qué suerte! De seguro algún idiota perdió sus lentes de sol en la piscina. Ahora yo tengo dos.

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