Sunday, February 05, 2023

El Gato García le pegó al gordo

Yo llegué a conocer a Lalo García cuando éramos adolescentes. Antes de que se le metiera en la cabeza la idea de hacerse millonario a cualquier precio. Hasta sus padres tuvieron que pagar por ese afán desmedido de sobresalir, de que lo vieran las mujeres. Pobre de su familia, desesperada, cuando Lalo desapareció.

Los dos íbamos a la misma preparatoria en Torreón. Lalo era un adolescente muy callado, igual que yo. Por eso comenzamos a pasar tiempo juntos en los recreos: porque ninguno de los dos se sentía incómodo de estar así nada más, sin hablar. Luego empezamos a vernos también por las tardes, y a curiosear en algún centro comercial los fines de semana.

En la prepa le decían “El Gato”, creo que por sus ojos felinos y su aire despreocupado. Un día nos tocó formar un equipo para una exposición de Química Orgánica. La maestra nos puso en el mismo equipo a Lalo, a Rocío y a mí. Rocío era una chica muy agradable, no se tomaba muy en serio, a pesar de ser tan guapa. Lalo se puso pálido cuando escuchó que ella estaba en nuestro equipo, pues no estaba acostumbrado a tratar con hembras (como él mismo llamaba a las mujeres). En nuestra reunión de equipo, El Gato se quedó mudo, se limitó a estudiar atentamente los labios de Rocío, como si fuera también sordo y tuviera que leerle las palabras de la boca. Pobre Rocío, se le notaba que se sentía muy incómoda. Ella y yo hicimos una lluvia de ideas y se nos ocurrió hacer una canción sobre los ácidos nucleicos. Al final sacamos un cien limpio en esa exposición, gracias a Lalo, quien escribió la canción esa misma tarde en su casa, y hasta le compuso un acompañamiento con guitarra.
 
Lalo había aprendido a tocar la guitarra por su cuenta, al menos eso decía, y era relativamente bueno. Eso era lo que me gustaba de él: era un estuche de monerías el canijo. Sabía muchas cosas que había aprendido él solo, leyendo manuales y tutoriales en internet. Era un ávido lector de libros electrónicos, obviamente piratas. El Gato te podía sacar lo que quisieras de internet, gratis. Obviamente hizo negocio con su piratería digital. Era muy bueno para la programación, que aprendió desde niño, gracias a su papá, que era ingeniero en sistemas.

Una tarde, sentados en una banca en el parque de su colonia, me confesó lo mucho que le gustaba Rocío desde que estaban en la primaria. Yo ni siquiera sabía que llevaban tanto tiempo de conocerse. A partir de esa tarde me convertí en su confidente. Me contó de su tío Rodo: un gordito simpático que vivía como rey porque logró estafar al sistema público de pensiones. Platicamos muchas tardes sobre su problema de timidez con las mujeres. Los dos nos sentíamos cómodos contándonos cosas.

En el último año de la preparatoria ya no nos vimos tanto, aunque seguíamos todavía en contacto de vez en cuando. Él se metió a la especialidad de matemáticas, y yo a la de psicología. En esa época me contó de su idea millonaria: había encontrado una manera de ganar la lotería, obviamente usando algún artilugio informático. Al principio no le creí, pero luego comencé a sospechar que fuera verdad, porque se pasaba las tardes encerrado en su casa, en frente de la computadora. Decía que lo único que le faltaba era una manera de sacar el dinero sin dejar rastro, sin que lo pudieran ligar a su persona. Yo no le di mucha importancia a eso de la lotería. Pensé que era una más de sus ideas locas. Lo escuché, como siempre, pero estaba, la verdad, más preocupado con mi examen de admisión a la universidad. Me fui a estudiar a Monterrey y El Gato y yo fuimos perdiendo el contacto con el tiempo.

Luego ya no supe nada de él por unos años, hasta que un día vi en las redes sociales una publicación, de que su familia lo estaba buscando. Eduardo García llevaba varias semanas desaparecido.

Las cosas estaban calientes en los estados del norte en aquella época. Eran frecuentes las balaceras entre bandas criminales, y estaban secuestrando mucho. Así que esa fue la teoría de la policía: un secuestro común y corriente. Pero hasta donde yo supe, a la familia de Lalo nunca la contactaron para pedir algún rescate.
 
Para mí lo curioso es que El Gato desapareció en la misma semana en la que un afortunado le atinó a los seis números de la lotería nacional. Obviamente, en esas cosas nunca se revelan las identidades de los ganadores, para protegerlos.

A mi esposa Rocío le llegan unas flores carísimas cada año por su cumpleaños. La tarjeta la firma un tal “admirador silencioso”. A mí no me dan celos ni nada. Yo estoy feliz de que a mi amigo Lalo no se lo hayan llevado los malandros. Ese canijo de verdad le pegó al gordo.

1 comment:

Anonymous said...

Me encanta tu narrativa y eres muy afortunada de tener o mas bien de no tener un filtro que te limite en tus palabras. Tqm