Los últimos días de vacaciones no deberían de existir. No sirven para nada, nada más para ponerse uno nostálgico. Para mí lo peor de todo son las despedidas, y el silencio pesado del viaje de regreso, de vuelta al mundo real. De vuelta a caminar con prisa, a usar zapatos cerrados y pantalones largos, a que los días se parezcan a cualquier otro, sin el asombro diario ante la inmensidad del mar.
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