Saturday, December 31, 2022

Madurez

Me gustan las pláticas de carretera. Siempre llega un momento en el que nos ponemos filosóficos y nos metemos a temas más profundos y trascendentales. Hablamos y hablamos y se nos pasa el tiempo rápido. Y al llegar a nuestro destino somos otros, nos conocemos un poquito más. Ayer, en el camino a Hannover para ir a visitar a unos amigos, salió el tema de la madurez y de lo que significa convertirse en adulto. El estar manejando en la carretera, junto a mi esposa y con nuestra bebé en el asiento trasero, me hizo sentirme como un adulto. Soy yo el que va manejando. No mi mamá, ni mi hermana, ni nadie más. Me sentí independiente, libre, responsable. Adulto.

De chico resolvía mis problemas pretendiendo que no existían. Era una salida fácil. Me funcionó por unos años (más o menos). Recuerdo que mis compañeros del aspirantado me tachaban de ingenuo, yo creía que ellos se referían a mi radiante optimismo. «No tiene nada de malo ser un optimista. El mundo necesita más gente como yo.» Me aferraba a una visión del mundo como un lugar fundamentalmente bueno y seguro. No podía aceptar que podían existir personas con malas intenciones. Si algo malo pasaba, yo simplemente lo borraba de mi memoria y sanseacabó. En mi ingenuidad, me tomé al pie de la letra eso del ideal cristiano, del corazón puro, del llamado a la santidad. 

Obviamente viví con un conflicto interno. No podía conciliar mis propias sombras con esta visión del mundo ideal y de mi llamado a la santidad. Me agobiaba mucho que me cayera mal uno de mis compañeros del aspirantado. Yo simplemente no lo aguantaba. No había química entre nosotros. Sólo el verle su cara en las mañanas me ponía de mal humor. Y no entendía cómo era yo capaz de tener esos sentimientos tan negativos. Pasé muchas mañanas en la capilla pidiendo perdón por ser un mal hermano y reflexionando sobre lo importante que es amar especialmente a las personas que uno detesta. Eso fue una tortura. Y duró tres años y medio. 

Otro tema que decidí que no existía fue mi sexualidad. A los quince años, sin duda un asunto estimulante y muy presente, pero que yo no podía conciliar con mi ideal de ser un religioso y un santo. Al principio pude ignorar su existencia. Luego pasé años reprimiéndola, dejando salir mis pulsiones en ráfagas, a escondidas, con una nube de vergüenza que se íba haciendo cada vez más gris y terminó por convertirse en tormenta. Eso también fue una tortura.

Por último estaban los problemas en mi familia. El divorcio de mis padres y sus pleitos cada vez que nos reuníamos. Mi hermano enredado en sus líos con su pareja, madurando a su manera. Mi padre y sus problemas, tratando de sobrevivir y sacar adelante a su otra familia. Lo mucho que me hacía falta su cercanía, ahora que yo me estaba transformando en un hombre. Mi solución fue meter todos esos problemas debajo de la alfombra. Pretender que nada de eso existía. No pensar en ello. Y seguir jugando al santo. El santo aspirante a hermano lasallista.

Ya me lo habían advertido mis compañeros en aquella época, y había salido a colación en pláticas con primos y amigos. –Tú vives en tu burbuja feliz, en tu mundo color de rosa. Un día te vas a topar con la cruda realidad. Y te va a doler.
Nunca vi mi optimismo extremo como algo negativo. Para mí, eso era precisamente lo que me hacía especial, era mi súper poder. Ahora, ya con más camino recorrido, al fin entiendo que me hacía falta madurar. 

Madurar es aprender ver las cosas como son, no como quisiéramos que fueran. Es pasar de un optimismo ingenuo a un pesimismo de aceptación. Es aprender a ver la vida junto a la muerte. La alegría junto al sufrimiento. La salud junto a la enfermedad. Poder reconocer la bondad y la maldad en una misma persona. En mí mismo, en mi madre, en mi padre, en el sacerdote. Todos tenemos broncas, y está bien así. Nada es perfecto, y está bien así. Por que así son las cosas.

No comments: