Sunday, December 25, 2022

La candidata

En mi preparatoria había, cada año, un concurso de belleza al más puro estilo gringo. Cada clase seleccionaba a una candidata y, después de unos meses y algunos bailes de "presentación a la sociedad", se elegía a la nueva "reina" de la preparatoria. Ese día, en mi clase, las cosas se salieron un poco de control.

Tuve la suerte de estar en la clase de "Primero A". En esa clase reinaba un ambiente de respeto y amistad. Y tenía también una excelente maestra titular. Esa mañana, la maestra nos informó que íbamos a elegir a nuestra candidata para el concurso. Haríamos una votación sencilla con pedacitos de papel. Una vez emitidos todos los sufragios, comenzó el conteo público, para asegurar la transparencia del proceso. La maestra fue abriendo los papelitos, uno por uno, mientras marcaba en el pizarrón los votos que iban recibiendo las chicas nominadas. 

Lola recibió muchos votos desde el principio del conteo, lo que causó un poco de incomodidad en la clase, ya que ella era, hmm, ¿cómo decirlo? digamos que era... diferente, a las candidatas "tradicionales". 

Lola no tenía un cuerpo esbelto ni una sonrisa suave y fina. No era ni gorda, ni flaca. Tenía un cuerpo más bien algo geométrico, con forma de trapecio. Era de facciones un poco toscas y de carácter fuerte. Lola decía lo que pensaba y no se andaba con rodeos.

Los votos para Lola seguían creciendo y creciendo, pero al final no alcanzó para una victoria. Ganó la chica rubia y alegre que todos esperaban que quedara de candidata. Pero con un margen bastante cerrado. La maestra, sonriente, tiró los papelitos a la basura y se despidió, satisfecha con el resultado de la elección. Pero no todos los alumnos estaban contentos con ese resultado.

Durante el cambio de clases, los alumnos sospechosos tuvieron una idea peligrosa. Sacaron los papelitos de la basura para volver a contarlos y verificar el resultado de la elección. Se dieron cuenta de que la maestra había alterado los resultados para que no ganara Lola. – ¡Qué Escándalo!, anunciaron indignados. Se había cometido un fraude. Lola era la candidata legítima. Querían justicia. – ¡Voto por voto!, ¡casilla por casilla! 

Más tarde nuestra maestra titular volvió para darnos la clase de álgebra. 
–Lola, mija ¿puedes ir a la coordinación a pedir una caja de gises por favor? 
La maestra cerró la puerta detrás de Lola, y al darse la vuelta, notamos en su cara que algo andaba mal. Estaba roja, furiosa. Sus ojos parecían ser más grandes que de costumbre, su boca dibujaba una expresión severa. Nos dió una mirada dura, en silencio, por un momento que se sintió eterno.
–¿Cómo se atreven a jugar con los sentimientos de su compañera? ¿Les causa mucha gracia exponerla así? ¡Debería de darles vergüenza!

La maestra admitió que había alterado los votos para proteger a Lola de nuestra broma de mal gusto. Y no estaba a discusión si era correcto o no, que hubiera modificado el resultado. Ella, la persona adulta que estaba a cargo, había decidido hacerlo. Y punto.

Reinó un silencio incómodo. No nos atrevimos a contestarle nada. Sabíamos lo que habíamos hecho. Las palabras de la maestra eran un espejo en el que veíamos reflejada nuestra crueldad infantil. Nuestra burla cobarde. Esa mañana “perdió” la democracia, pero aprendimos una lección que no olvidaríamos nunca. 

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